Despierta el alba en su hálito primero,
un cántico dorado surca el aire,
del horno surge el milagro verdadero:
el pan, humilde ofrenda en su donaire.
Nace la harina en manos del artesano,
cálido abrazo de fuego y levadura,
baila la masa al ritmo del temprano
crepitar que entona su textura.
Oh, pan del día, cuna de memorias,
luz dorada en la mesa reposada,
eres el verso que en mil historias
teje el hambre con su trama callada.
En tu corteza reposa la aurora,
rugosa piel de aromas perfumados,
como el campo que al sol implora
y encuentra en tus migas sueños labrados.
Tu esencia, pan, es un canto sagrado,
poema vivo de trigo y paciencia,
cada miga, un secreto revelado,
cada horneada, un eco de existencia.
Que el viento lleve tu aliento sincero,
un aroma que invita y seduce,
mientras en las mesas del mundo entero
tu milagro cotidiano reluce.
Eres templo de manos trabajadoras,
un susurro de hogar en madrugadas,
y en tu calor, las almas soñadoras
hallan refugio en noches desveladas.
Pan del alba, vínculo ancestral,
testigo mudo de historias humanas,
te alzas humilde, pero universal,
joya que une corazones y ventanas.
Así, cada mañana, tu fiel resurrección,
con humildad, anuncia la esperanza,
y en tu presencia hallamos redención:
pan de vida, eternidad que danza.
Es una oda a la sencillez y la trascendencia del pan como símbolo de vida, esfuerzo y tradición. A través de una lírica evocadora, destaco la conexión entre el pan y la humanidad, resaltando su significado como fruto del trabajo artesanal, sustento diario y vínculo con la memoria colectiva.
El pan se presenta como un milagro cotidiano que une generaciones, como una metáfora de esperanza y renacimiento con cada nuevo amanecer. Su elaboración es vista casi como un ritual sagrado, donde la harina, el fuego y las manos del panadero transforman lo simple en un alimento esencial y universal.
El poema ensalza la belleza en lo cotidiano, recordando que incluso en los gestos más humildes—como hornear pan—reside la esencia de la existencia y la unión de los seres humanos.