En la penumbra donde la risa se crispa como un cristal roto, emerge su figura: un arlequín del abismo, un funambulista que danza sobre el hilo deshilachado de la cordura. Su rostro, máscara blanca, es un lienzo donde la tragedia y la ironía se funden en un gesto perpetuo, un carnaval siniestro que oscila entre la carcajada y el lamento. Los colores de su maquillaje son grietas en un espejo donde el mundo, absurdo y cruel, se refleja distorsionado. La sonrisa, dibujada como una herida, no conoce tregua: es filo y escudo, un grito silencioso que desgarra el aire.
El Joker no camina, flota; es un espectro que serpentea entre los resquicios de la moralidad, un bufón que convierte cada esquina en un teatro improvisado, donde el caos es el único guion. Su risa, un torrente de agujas, perfora el silencio con la fuerza de mil tormentas. Es el eco de un niño abandonado en el pozo de la indiferencia, la melodía rota de un carrusel que gira en la memoria de un mundo ciego.
Los naipes que lanza al aire no son juegos de azar, sino presagios de un destino que él mismo escribe con fuego. Cada carta es un retazo de su alma partida, un fragmento que chispea en el vacío como ceniza que se niega a morir. Él es el dios menor de un universo en ruinas, un artífice que transforma el miedo en espectáculo y la desesperanza en arte macabro. Su tragedia no es el sufrimiento, sino la lucidez: ve la farsa que otros ignoran, el telón podrido que sostiene el teatro de la sociedad.
Pero bajo el maquillaje y el delirio, en el abismo insondable de sus ojos, hay una herida antigua, un jardín marchito donde, quizá, alguna vez floreció una flor. El Joker, bufón y rey de su propio infierno, no busca redención ni compasión: solo danza, quema, ríe. Es el caos vestido de hombre, el relámpago que ilumina por un instante la oscura verdad que todos temen mirar.
El poema transmite: El Joker como símbolo de caos y locura: Un personaje que camina en el filo de la cordura, un bufón atrapado en un carnaval de pesadilla. La risa como un reflejo de sufrimiento: No es alegría, sino un eco de dolor, un cristal roto que refleja la tragedia de su existencia. La sociedad como un teatro corrupto: Su figura desenmascara la hipocresía del mundo, revelando la falsedad que lo sustenta. El maquillaje como cicatriz: No es una máscara para ocultar, sino grietas que exponen su historia y su dolor. El Joker como artista del caos: Convierte el miedo y la desesperanza en un espectáculo, en una forma retorcida de arte. El juego de naipes como metáfora del destino: Cada carta representa una parte de su ser, un fragmento de su tragedia. La lucidez como maldición: Su verdadera condena no es la locura, sino ver con claridad lo que otros ignoran. La herida interna que nunca sana: Bajo su figura caótica hay un dolor profundo, un jardín marchito de lo que pudo ser. El Joker como dualidad: Es tanto víctima como villano, una sombra que ríe mientras se consume. El caos como última verdad: No busca redención, solo danza en la oscuridad, mostrando la verdad que nadie quiere ver.