Las manos sobre el piano son bailarinas de seda, danzando con gracia sobre un salón de teclas marfileñas. Cada dedo, un soplo de viento; cada acorde, un paso de ballet en un escenario de ébano y nieve. El piano, vasto océano dormido, despierta bajo la caricia rítmica de esas manos que lo despiertan y lo hipnotizan.
Sus movimientos son un vals entre luz y sombra, donde el do susurra al sol y el fa responde al ocaso. Las notas caen como gotas de rocío, resbalando por las cuerdas tensas del aire, y el eco que nace es un abrazo de eternidad. Es como si el alma de las manos supiera un idioma que solo el piano comprende, un lenguaje secreto tejido con hilos de luna.
Cuando las manos vuelan, parecen hojas en otoño, girando al compás de un viento invisible. Cuando se detienen, es un instante de suspenso, como un bailarín que se alza en puntas, sosteniendo el mundo con un solo latido. La melodía no es solo sonido, es perfume; no es solo ritmo, es fuego que arde sin consumir. Es el roce del amor, la pausa entre dos suspiros, el leve tamborileo de la lluvia en un cristal.
Así, las manos y el piano son amantes eternos, enredados en un abrazo donde cada tecla pulsada es un beso que se queda flotando en el aire. Y si la música fuese tangible, sería un río de miel y cristal, deslizándose por la garganta de quienes la escuchan, llenando sus almas de dulzura y asombro. Las manos bailan, el piano canta, y juntos esculpen en el silencio una catedral de armonías infinitas.
Exaltación poética de la música y el vínculo entre el pianista y su instrumento. A través de metáforas visuales y sensoriales, describo cómo las manos del músico se funden con el piano en una danza armoniosa, donde cada nota es un susurro, un beso, un latido suspendido en el aire.
El poema evoca la música como algo más que sonido: es movimiento, emoción y belleza tangible. La relación entre las teclas y las manos se compara con el amor y la danza, resaltando la fusión entre el arte y el alma del intérprete. El poema transmite la idea de que la música trasciende lo físico, convirtiéndose en una experiencia etérea y eterna que deja su huella en el corazón de quien la escucha.