¿Tan importante es un buen beso, ese naufragio de bocas donde el tiempo deja de contar sus pasos? ¿No es acaso un relámpago en la sangre, un incendio que no quema pero consume?. Dime, ¿no es un beso la llave de lo indecible, el lenguaje sin palabras donde la piel aprende a hablar?.
¿O es solo un roce de aliento, un eco fugaz en la caverna del deseo? ¿Es la caricia que inventa caminos o la sombra de un latido que nunca fue? Un beso, ¿es la raíz de la ternura o el filo que corta la soledad? ¿Es un puente o un abismo? ¿Es el antes o el después de lo eterno?.
Dime, si un beso no importa, ¿por qué la memoria lo guarda como un relicario de fiebre? ¿Por qué su ausencia quema más que el fuego y su huella persiste en la piel de lo imposible?. Si es solo aire en movimiento, ¿por qué su roce estremece hasta lo innombrable?.
Tal vez un beso no sea más que un susurro del alma que el cuerpo traduce, un instante donde el infinito cabe sin pedir permiso. O tal vez, sin un buen beso, la vida no sea más que un verso sin música, un poema sin rima, una noche sin luna.
El poema reflexiona sobre la naturaleza del beso, cuestionando su importancia y el impacto que deja en la memoria y en el alma. A través de preguntas retóricas y metáforas evocadoras, sugiero que un beso es más que un simple contacto físico; es un lenguaje sin palabras, un instante donde el tiempo se detiene y el deseo se transforma en algo eterno. Se debate entre si es solo un eco efímero o una huella imborrable, un puente que une almas o un abismo que deja marcas invisibles. Al final, plantea que, sin un buen beso, la vida podría carecer de armonía, como un poema sin rima o una noche sin luna, insinuando que este gesto encierra un significado más profundo que trasciende lo físico y se convierte en una expresión del alma.