EL ARTE DE SER TALLADOS

La vida, ese escultor infatigable, danza con su cincel sobre el mármol de nuestra existencia. Nos toma como roca bruta, áspera en sus aristas, y con golpes precisos, nos convierte en testigos de su arte. ¿Quién, sino ella, puede transformar las grietas en senderos y las fisuras en poesía?. Somos, al inicio, una montaña desbordada de posibilidades; pero es el roce constante, la caricia del viento y el abrazo de la tormenta, lo que pule nuestras formas.

La vida talla, como quien acaricia la eternidad con manos de artesano. Cada golpe resuena con una rima que no cesa, con una melodía que abraza y sacude. Somos mármol sometido al juicio de la fragua; y las cicatrices que quedan, lejos de ser fallas, son constelaciones en la piel de la piedra.

¿Qué es el dolor, sino el martillo que resuena con eco de enseñanza?. ¿Qué es la alegría, sino el pulidor que destella la luz sobre nuestras curvas más recónditas?. La vida nos despoja del exceso, como el río que arrastra consigo el barro para dejar solo el oro puro. Nos transforma, hasta que en nuestro silencio mineral habita el grito sutil de la belleza.

A veces, el cincel duele, y sus golpes parecen un alarido desgarrador; pero es entonces cuando la piedra se rinde y comienza a revelar su verdad. Somos columnas erguidas en templos de experiencia, somos Venus emergiendo de bloques inertes, el eco eterno del arte que nos define.

El mármol no se queja de la mano que lo hiere, porque entiende que en cada fractura hay un diseño secreto. Así, nos dejamos moldear, convertidos en versos y estrofas de una canción infinita, donde cada chispa que vuela es un suspiro de eternidad.

Y al final, cuando la vida termina su obra, quedamos como esculturas en el museo del tiempo, perfectos en nuestras imperfecciones, inmortales en nuestra fragilidad.

 


 

Utilizo la metáfora de la escultura para representar el proceso de transformación y aprendizaje a lo largo de la vida. Describo cómo las experiencias, tanto dolorosas como alegres, actúan como el cincel de un escultor que nos moldea, puliendo nuestras imperfecciones y revelando nuestra verdadera esencia.

Sugiero que el sufrimiento no es un castigo, sino una herramienta que da forma a nuestra identidad, y que las cicatrices no son defectos, sino testigos de nuestra evolución. La vida nos despoja de lo superfluo, como el escultor que quita el exceso de mármol para revelar la obra de arte oculta en la piedra.

En última instancia, el poema transmite la idea de que la belleza y la plenitud surgen del proceso de ser moldeados por la existencia, y que, al final, nuestras experiencias nos convierten en seres únicos e inmortales en el museo del tiempo.

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